Sobre El Riesgo De Ser Imperfecto En El Proceso De La Psicoterapia: Un Caso Desde La Práctica

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Anonim

G., mujer de 47 años, divorciada, fue llevada a psicoterapia por dificultades en las relaciones con niños que "llevan un estilo de vida asocial". G. es muy intolerante con su "descendencia", criticando airadamente en cada ocasión. Para ser justos, debe tenerse en cuenta que G. fue muy crítica consigo misma, haciendo demandas exorbitantes sobre su vida

No es de extrañar que en los últimos años antes de acudir a la psicoterapia G. padeciera múltiples enfermedades de carácter psicosomático. Durante la sesión descrita, que se llevó a cabo en las etapas iniciales de la terapia, G. se mostró verboso, hizo muchas quejas, sin embargo, casi no se dio cuenta de lo que sucedía en nuestro contacto.

En el transcurso de la historia, ella fue muy crítica conmigo, rechazando cualquier experimento que propuse y cualquier intervención emprendida. De vez en cuando se mostraba bastante sarcástica y hacía comentarios venenosos en mi discurso. La situación descrita despertó en mí un enfado, con el que, dada la gran simpatía y lástima por G., no fue posible en este momento girar de ninguna manera. Por lo tanto, me convertí en rehén del proceso de experimentar que había detenido. En la siguiente situación de la sesión, saturada de la agresión indirecta de G., no pude resistir e impulsivamente, bastante bruscamente, informé a G. sobre mi enfado.

Mi intervención, debo confesar, no fue muy correcta en su forma y no contribuyó a mantener el contacto, sino que fue peligrosa en el sentido de provocar su destrucción. Sin embargo, G. actuó como si nada hubiera pasado y no hubo ningún estallido de ira en absoluto. Otra aniquilación de una reacción mía tan intensa no podía dejar de sorprender. G., tanto en la historia de su vida como en su comportamiento real, demostró su falta de capacidad para lidiar directa y abiertamente con la agresión. La sesión terminó en un fondo de tensión, y prácticamente no hubo contacto.

El siguiente encuentro comenzó con la presentación de reacciones de agresión indirecta típicas de G.. Le recordé los hechos de la última sesión y le sugerí que hablara abiertamente sobre la experiencia que acompaña a nuestro contacto. G. comenzó a presentar de manera bastante vaga algunas afirmaciones sobre el proceso de la terapia, sin referirse ni una sola vez a los eventos de la última reunión.

Cuando le pedí que me mirara (hasta ahora su mirada estaba dirigida al espacio más allá de mí) y que escuchara sus sentimientos viviendo en nuestro contacto, se detuvo un minuto y luego dijo: "Estoy muy ofendida y te tengo miedo. " H

había algo completamente nuevo en su voz, en la expresión de su rostro, algo muy conmovedor en mi corazón. Sus palabras me causaron una fuerte impresión (por primera vez durante la terapia): un nudo se me subió a la garganta, sentí lástima y ternura por G. Volviéndome hacia ella, le dije: "Perdóname, por favor".

Su reacción fue difícil de predecir: su rostro se contrajo en sollozos que duraron varios minutos. Todo este tiempo, sin embargo, G. se mantuvo en contacto conmigo.

Después de calmarse un poco, dijo que nunca en su vida había enfrentado una situación de remordimiento y perdón. Esta experiencia simplemente le resultaba desconocida. En su modelo del mundo, no había lugar para el derecho a equivocarse, el permiso para equivocarse y, por lo tanto, no había lugar para la excusa y el perdón.

Toda su vida, según G., estuvo en el campo (que, por supuesto, ella misma ayudó a crear), irreconciliable a cualquier oportunidad de tropezar. Ni sus padres, ni sus hombres, ni ella misma pudieron pedir perdón. Naturalmente, la criticidad en tal situación era una de las formas de comunicación más accesibles y, por lo tanto, más populares con las personas que lo rodeaban.

Al final de la sesión descrita, G. dijo que estaba muy agradecida conmigo por la importante experiencia que había recibido. Durante la próxima semana G.logré hablar abiertamente con mi hijo mayor y pedirle perdón por el hecho de que ella a veces se mostraba irreconciliable con él, así como por no prestarle suficiente atención. Las relaciones con los niños comenzaron a recuperarse.

Al mismo tiempo, G. comenzó a descubrir nuevos recursos antes desconocidos en ella, desarrolló una afición con la que había soñado desde pequeña, pero temía la condena de los demás por la posibilidad de no tener éxito en ella. La calidad de su contacto con las personas, así como su satisfacción con ellas, aumentó significativamente.

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