El Trauma Como Situación Límite

Video: El Trauma Como Situación Límite

Video: El Trauma Como Situación Límite
Video: Jaspers y las situaciones límite 2024, Mayo
El Trauma Como Situación Límite
El Trauma Como Situación Límite
Anonim

Para hablar sobre el trauma, comencemos desde lejos, con la pregunta de cómo se forma la psique. Al comienzo de su carrera como ser humano, el niño no tiene psique en absoluto, que es reemplazada por afectos y malestar corporal como motivo principal. Esta etapa de desarrollo puede denominarse esquizoide, porque en esta etapa no hay relación con un objeto que simplemente no existe. El espacio mental del niño está inundado de sensaciones indiferenciadas, a las que el cuidador da forma y ordena así una excitación caótica. Este estado debe ser muy aterrador y por eso la principal tarea de este período es adquirir una sensación de seguridad. Aquí, no es la relación con nada lo que importa, sino la experiencia de la tranquilidad y, les recuerdo, todavía no tiene objeto.

El objeto se adquiere en la siguiente etapa de desarrollo, u organización personal, pero la relación con él se caracteriza por límites borrosos entre el sujeto y el objeto y límites rígidos dentro del espacio mental del sujeto. Los límites borrosos denotan un estado de dependencia extrema, cuando el estado emocional de un participante en la interacción está inevitablemente determinado por el estado del otro. Como si otra reacción, además de la reacción, fuera imposible y el órgano de control sobre el estado mental estuviera afuera. Para resistir esta permeabilidad de los límites externos, la psique forma una defensa especial llamada escisión. Su esencia radica en el hecho de que si no puedo regular el cambio en mi estado bajo la influencia externa, entonces por dentro aprenderé a apagar esa parte de la psique que resultó ser cambiada.

En otras palabras, si en una relación con un objeto me siento débil e indefenso y no puedo hacer nada en el límite del contacto, entonces puedo poner ese límite imposible hacia adentro y dejar de sentirme débil e indefenso. Hablando metafóricamente, tome una pastilla para el dolor de cabeza en lugar de tratar el resfriado subyacente. Permaneciendo indefenso ante un agresor externo, el sujeto aprende a ser extremadamente agresivo consigo mismo. O más bien, a algún estado mental. La división intrapersonal límite es, por tanto, el resultado de una fusión interpersonal previa y no procesada. Un mecanismo que se utilizará en la edad adulta ya se rastrea aquí: uno no puede experimentar un trauma de separación, pero puede enfrentarlo gracias a la acción de los mecanismos de defensa primitivos.

La siguiente etapa de desarrollo implica la presencia de una capa simbólica entre el sujeto y el objeto, que localiza las relaciones en un espacio intermedio, en la frontera y no dentro de la psique. Te permite construir relaciones con un objeto integral, y no con su parte afectiva separada, y por lo tanto asume la presencia de una integral, no dividida en partes del sujeto. Te permite mantener la autonomía y manipular símbolos, y no objetos, como se hacía en la etapa anterior. Esta es una de las principales adquisiciones del nivel neurótico: siempre soy más que su afecto. El entorno deja de actuar directamente sobre el neurótico, está mediado por significados y significados que pueden ser controlados. La capa simbólica es la zona de amortiguación que puede cambiar y deformar de todas las formas posibles sin amenazar la integridad del objeto. “A mis espaldas puedes hablar de mí e incluso puedes golpearme” - se refiere al nivel neurótico en el que viven la mayoría de los seres vivos. Por supuesto, la organización neurótica presupone la posibilidad de reacciones límite e incluso esquizoides reversibles.

¿Cómo se regula habitualmente el curso de la vida mental? La ansiedad experimentada por el sujeto puede procesarse a través de un cambio de comportamiento, cuando la excitación mental se apoya más ampliando la zona de conciencia, o con la ayuda de defensas psíquicas, que estrechan la zona de conciencia y así suprimen la ansiedad. En el nivel neurótico del desarrollo, las defensas mentales se realizan a través de la esfera semántica, es decir, simbólica. Por ejemplo, suplantamos lo que resulta inaceptable o explicamos lo que no tiene explicación. Si las defensas psíquicas superiores del registro neurótico no responden, entonces las defensas de un orden más burdo acuden en su ayuda, que se ocupan del afecto no simbolizado. Estas defensas primitivas son la última línea de defensa antes de que la personalidad se sumerja en el estado de caos afectivo primitivo del que emergió.

El hecho traumático, por tanto, resulta ser esa terrible catástrofe que enfrenta a la personalidad con la posibilidad de una profunda regresión, hasta un estado de desorganización mental. El trauma atraviesa la organización de la personalidad de arriba abajo, este es un evento de la más alta intensidad, que no puede ser procesado por las fuerzas de las defensas neuróticas, que supera los recursos de la simbolización. El trauma en la dimensión psíquica está representado por un afecto no simbolizado que solo puede detenerse con la ayuda de reacciones límite. De lo contrario, la regresión puede llegar al nivel esquizoide, en el que el único “mecanismo de defensa” activo es el rechazo de la vida, es decir, la muerte mental. Para evitar que esto suceda, el afecto traumático debe aislarse del yo mediante la escisión.

Como resultado, surge una situación paradójica: por un lado, la disociación traumática detiene la destrucción de la psique, por el otro, forma un estado afectivo inconsciente que distorsiona la parte consciente "aparentemente normal" de la personalidad, es decir, detiene esta destrucción en el nivel anterior de organización. La personalidad sobrevive, pero paga un precio demasiado alto por ella. Una situación traumática inconclusa tiende a ser reelaborada, pero este objetivo no se puede lograr debido a los recursos personales limitados. Por lo tanto, la repetición traumática no cura el trauma, sino que aumenta los sentimientos de impotencia e impotencia. Esto, a su vez, aumenta la deformación de una personalidad aparentemente normal, que aprende a controlar el afecto limitando su vitalidad y no ampliando las posibilidades de sus manifestaciones.

La persona traumática intenta reciclar el trauma no contactando el afecto disociado, para el cual carece de fuerza, sino actuando la situación traumática una y otra vez. Si antes la catástrofe en el establecimiento de límites se llevó hacia adentro, ahora se lleva a cabo el afecto traumático. Esta estrategia es una solución límite, ya que en este caso la persona traumática se fusiona con su afecto y al mismo tiempo se aliena de él. Parece afirmar que mi afecto es mi yo, mi realidad psíquica última, detrás de la cual no hay nada más, ni el futuro ni el pasado. Y al mismo tiempo, no puede contactarlo desde dentro de su yo, ya que esto conducirá a un aumento del afecto y amenazará con la retraumatización. Esto proporciona la forma "ideal" de control: no toco, pero tampoco lo dejo ir. Recordamos que las condiciones límite son tanto un deseo de comunicación como un ataque. Un objeto interno malo amenaza con destruir uno bueno, por lo que la terapia traumatológica consiste en la necesidad de entrar en una posición depresiva, es decir, tener la oportunidad de integrarlos.

Un neurótico podría decir que mi afecto es algo que a veces ocurre en determinadas circunstancias, pero no es todo mi yo. Mis afectos están determinados por mis fantasmas, no por objetos. El neurótico crea el vínculo mientras que el cliente límite es esclavizado por él. En la reacción limítrofe entre el sujeto y el objeto, la frontera desaparece y, por tanto, el afecto no tiene destinatario: se dirige formalmente al objeto, actúa en el territorio de su propia psique. El afecto no es evacuado más allá de sus límites, hacia el espacio simbólico intermedio, en el que puede tener lugar el intercambio, sino que, como un toro furioso en una habitación estrecha, destruye sus estructuras internas. El afecto debe ser reprimido, ya que no hay otra forma de procesarlo. Por lo tanto, la división crea límites dentro de la psique que están ausentes entre las dos psiques.

Realizando diagnósticos diferenciales entre crisis y trauma, se puede concluir que el primer estado es neurótico y el segundo es una respuesta límite a un cambio brusco de situaciones de la vida. Estos dos estados, en diferentes parámetros, resultan ser directamente opuestos entre sí. Así, una crisis tiene una lógica interna de desarrollo, que conduce a su resolución espontánea, mientras que el trauma detiene el desarrollo mental y no se puede curar a expensas de sus propios recursos. Una crisis implica un compromiso entre la necesidad de estabilidad y la necesidad de desarrollo; el trauma invierte en estabilidad al limitar la vitalidad. Los cambios de personalidad durante una crisis son graduales y acompañan a los cambios en el sistema de relaciones; con el trauma, se observa una fuerte distorsión del perfil de la personalidad, que no mejora la adaptación externa, pero refleja el proceso de disociación interna. Una crisis es un desastre semántico, mientras que el trauma pasa de la dimensión simbólica y se atasca en el cuerpo en forma de una respuesta incompleta de lucha-huida.

En consecuencia, el trabajo con el trauma como con una situación límite se lleva a cabo con la ayuda de su “neurotización”, es decir, trasladando las violaciones de un registro más arcaico a uno más maduro. Una persona traumática difícilmente puede estar en la zona media de la ventana de tolerancia, ya que un aumento en la excitación mental amenaza su aumento similar a una avalancha. El afecto traumático se puede canalizar en las relaciones, ya que las emociones son, ante todo, un fenómeno de contacto. Así, uno de los trucos al trabajar con experiencias traumáticas es crear un receptor para sus manifestaciones, ya que este esfuerzo conduce a la emergencia de una frontera entre el sujeto y el objeto. El afecto está empaquetado en una función simbólica que le permite dar significado a lo que está sucediendo.

En otras palabras, aquí llegamos a la cuestión existencial de qué es una persona y de qué se reúne, cuál es su principio sistematizador y organizador. En el caso del trauma, como situación límite, una persona parece desaparecer del campo de conflicto que surge en la frontera del contacto y pierde la capacidad de soportar la tensión dialéctica. Su principal necesidad sigue siendo el deseo de seguridad y, por tanto, deja de interactuar con el mundo, sumergiéndose en un capullo autista, la persona traumática niega su necesidad y, por tanto, su autonomía. En consecuencia, el discurso traumático conserva el perfil condicional de una persona, borrando su contenido interior.

La organización neurótica, en cambio, como punto de referencia al que podemos mirar en el curso de la terapia del trauma, se construye en torno al deseo, como expresión simbólica de la necesidad. El neurótico destruye las barreras, mientras que el traumático asegura su inviolabilidad. Se puede decir que el neurótico vive de deseos, mientras que el traumático vive de necesidades. Una persona traumática está obsesionada con un afecto que no puede evacuar, ya que para ello es necesario dirigirlo a una persona concreta en una determinada situación, y no a su proyección, con la que es imposible desidentificarse.

La terapia del trauma busca así reinvertir al sujeto de manera narcisista a través del descubrimiento de su carencia y el avance hacia el Otro. La situación edípica que cura el trauma lleva a que el Otro sea el tercero simbólico que saca al sujeto de la fusión con su afecto. Por eso el trauma resulta ser una situación que no se resuelve por sí sola, ya que formatea el registro de organización personal. El trauma, que conduce a la regresión y posible desintegración de la psique, necesita relaciones, ya que ellas, a su vez, son el comienzo de cualquier realidad psíquica.

Recomendado: